Este es el nuevo clima
Por Victoria Pérez Zabala, 12 de agosto de 2018*
Laura Hernández mira el campo bajo el agua. Desde la ventana de su cocina. Paralizada. Como un naúfrago en una pequeña isla. Rodeada por un mar de seiscientas hectáreas. A lo lejos, tres vaquillonas se apiñan sobre un triángulo de barro. “¿Sabés lo que es ver a tu gente luchando cuerpo a cuerpo en el agua para salvarlas y ver que se acerca en el horizonte otra tormenta?”, pregunta Hernández, productora ganadera del partido de Bolívar, ubicado en el centro de la provincia de Buenos Aires. “La sensación es la de estar inmóvil y de que esa cosa, la inundación, no para de moverse. Tenés que esperar a que pase. Esperar y esperar. No podés hacer nada”, se responde.
Enero de 2017. En Bolívar solo cayeron 17 milímetros de agua. Hasta que comenzó a llover. “Me empecé a alarmar en febrero, cuando todo el mundo estaba feliz. En poco tiempo llovían cien milímetros. Al principio, eran bienvenidos porque hacía falta el agua. Pero luego las lluvias se prolongaron. Recién disminuyeron en julio. Cuando se alínean los planetas para mal, en Bolívar nos tapa el agua. Recibimos de la napa del río Quinto, agua de Las Encadenadas del oeste por el arroyo Vallimanca, más la precipitación”, explica Hernández, que tiene 52 años y una pasión por la ganadería heredada de su padre, con la que maneja unas mil cabezas. El arroyo Vallimanca es lento, manso, con muchos meandros. A Hernández le gusta ir a verlo. Siente que lo conoce. Distinto es cuando empieza a subir el agua. “Entonces, el Vallimanca es un toro embravecido. Te arrolla. Con un ruido profundo. No para. De ser algo pacífico se transforma en algo que te pasa por arriba. Lo mirás y vibra”, describe ella, que perdió la mitad de las pasturas en algunos lotes, y en otros hasta el 70 por ciento. Dice que la inundación te va erosionando como persona. El desgaste es físico y psíquico. Te inmoviliza. Cuando cae agua de más, el campo se paraliza. Igual que cuando falta. En Bolívar, luego de la inundación, pasaron a un período de sequía extrema. “Lo llovido fue secado a fuego fuerte”.
Su historia es la de la mayoría de los productores argentinos, ganaderos y agrícolas, en los últimos años. Inestable y bipolar, el comportamiento del clima vuelve aún más vulnerable al campo argentino, en donde se trabaja bajo una atmósfera enrarecida.
A más de 500 kilómetros, en el pueblo de Perdices, distrito de Gualeguaychú, Entre Ríos, el productor Demetrio Melchiori recuerda, y su relato fluye como la miríada de ríos que atraviesa la provincia. No necesita adjetivos. “Después de mucha lluvia, cuando al fin pudimos llegar a los lotes para sembrar la soja, en diciembre, se cortó el agua. Teníamos la soja recién sembrada y no llovía. Uno seguía protegiendo el cultivo, claro, pero veías que la soja se secaba. Sabías que ibas a perder. Pensabas cómo perder menos. No solo eso. Al momento de cosechar, en abril, volvió la lluvia. Entonces, el poco grano que teníamos por la sequía, se pudrió. Fue la frutilla del postre. Muchos lotes se abandonaron. No valía la pena pasar la cosechadora y gastar en combustible”.
Si bien la mayoría de los especialistas consultados coincide en que un fenómeno extremo aislado, como la sequía o las inundaciones, no son consecuencia directa del cambio climático, el aumento en la frecuencia y en la intensidad de estos sí lo son. El comportamiento del clima se ha vuelto impredecible. Y su variabilidad se agiganta, al igual que el impacto sobre la economía argentina. Especialmente, sobre el sector agropecuario, tan vulnerable por ser una industria a cielo abierto.
“Estamos viviendo en carne propia lo que los científicos nos contaban que podía generar el cambio climático -resume Federico Bert, director de investigación y desarrollo de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA)-. Lo particular de los últimos tres años es que vivimos extremos: en muy poco tiempo pasamos de una punta a la otra. De un año de inundaciones que afectan a muchísima gente y a la produccion, de repente, entramos en una sequía, que en términos de lluvia caída fue histórica. Terminó la sequía y empezó a llover. En gran parte del país. Durante veinte días”, puntualiza Bert, que a su vez es productor en Chacabuco.
“Una de las características del cambio climático es que se exacerban los extremos. Así como tenés muchos períodos de poca lluvia, tenés otros días con lluvia intensa. Aumentaron los extremos de temperatura y de precipitación”, afirma Matilde Rusticucci, investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en Ciencias de la Atmósfera. En 2007, el exvicepresidente de los Estados Unidos Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas recibieron el premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para difundir un mayor conocimiento sobre el cambio climático causado por el hombre. L a doctora Rusticucci fue autora principal en ese panel de científicos provenientes de todas partes del mundo. Ahora, ella se encuentra trabajando en un nuevo informe para el IPCC. “En el peor escenario, el aumento de temperatura a nivel anual proyectado para fin de este siglo en la Argentina es entre dos grados y medio y cinco grados más que en el período 1981-2004. Esto, que parece poco, en realidad, lo que va a hacer es triplicar o cuadruplicar los días de temperaturas extremas y cálidas. Si ahora tener una temperatura de 40 grados en Buenos Aires no es común, en el futuro lo será. Así se va a manifestar. En todo el país”, advierte.
Eduardo Sierra es ingeniero agrónomo y especialista en agroclimatología de la UBA. No pasan dos minutos de conversación sin que el ingeniero recurra a sus gráficos, donde los fenómenos climáticos del Niño y la Niña se dibujan en barras, rojas y azules, a lo largo de la historia argentina. El Niño genera lluvias por encima de lo normal. Inundación. La Niña trae menos lluvia que lo habitual. Sequía. La Niña es la más temida: sin agua, no hay producción.
Sierra es moderado al momento de describir el comportamiento del clima actual. “Es inestable”, define y se confiesa alérgico a los que anuncian el apocalipsis. “Hubo un muy buen ciclo climático cuando se difundió la soja, de 1976 a 2007. Con sólo un episodio de sequía. Fue terrible, pero fue uno solo. Luego, en estos últimos años, a partir de 2007, el clima se tornó inestable: se están alternando grandes sequías con grandes inundaciones. Va para arriba; va para abajo. Aumentó mucho la variabilidad”, remarca. En el siglo XX se registraron un 22% de fenómenos conocidos como El Niño y 12% de La Niña: un 66% de años neutrales o normales. “¿Qué le parece el siglo XXI? Los Niños son casi iguales. Pero pasamos de una Niña cada 14 años a siete en 18 años: una cada dos años y medio”, calcula Sierra.
Como sostiene Bert, el investigador de CREA que nuclea a dos mil productores de todo el país, si uno mira hacia atrás en la historia argentina, las caídas más fuertes de producción han sido en años de sequía. “Este año estimamos que para los cuatro cultivos principales -soja, maíz, trigo y girasol- tuvimos una caída de más de 25 millones de toneladas, que es el 20% a nivel nacional, y en términos de plata, seis mil millones de dólares. Si te vas una campaña atrás, el principal problema fue el exceso de lluvias, pero sin embargo la producción a escala nacional fue buena. La sequía impacta más a nivel macro; tiene la particularidad de ser muy abarcativa”.
Del color de lo quemado
Marcelino Soria solo pide un año normal. Climáticamente normal. Tiene 39 años y es productor agropecuario en la zona de Carolina, a 45 kilómetros de Río Cuarto, Córdoba, donde siembra dos mil hectáreas propias. Dice que su padre de 75 años nunca vio una seca como la pasada. El paisaje era todo marrón claro. Del color de lo quemado. En la orilla de la ruta, en los patios, en los lotes. “Se secó hasta la gramilla. Ni la maleza aguantó la seca”. No cayeron más de 20 milímetros de agua en dos meses. Se sumó una helada y, luego, un temporal con temperaturas muy elevadas al momento de cosechar. Se brotaron los granos, se cayeron y se mancharon con hongos. Tenían la máquina cosechadora en la puerta del lote. Apagada. La lluvia que no los dejaba cosechar duró más de veinte días. Perdieron un 60% en sus dos mil hectáreas de campo.
Soria ya no mira los pronósticos. “Dejé de hacerlo cuando se me secaron los cultivos. Es como mirar la hora cuando estás encerrado. No se te pasa más el tiempo. Te ponían una tormenta, llegaba el día, te pasaba por arriba y no llovía”.
Actualmente, la ciencia no permite anticipar extremos climáticos tan importantes. Lo que sí puede es pronosticar, por ejemplo, un año húmedo o seco, según los modelos climáticos. “Pero nunca pueden anticipar una condición tan extrema, como la que pasó. Ni por déficit ni por exceso de lluvia. Y es lo que los productores quieren y necesitan saber”, resalta Bert, que antes de trabajar en CREA, era investigador del Conicet y se dedicaba a estudiar los impactos de la variabilidad climática en la agricultura.
Desde su campo familiar en General Villegas, ubicado en el extremo noroeste de la provincia de Buenos Aires, Santiago Rodríguez Rivas dice: “Lo más angustiante es la sequía. Ves que todo lo que hiciste, sembraste y arriesgaste se marchita. Se caen las hojas y sabés que no vas a tener cosecha. Ves pasar las tormentas y no llueve. Ves 25 pronósticos por día: el sueco, el canadiense, el uruguayo, el brasileño, el australiano, y el argentino. Siempre esperando la noticia que necesitás para resolver lo que está pasando en el campo”. Pero el ingeniero industrial, de 47 años, también guarda imágenes de la inundación que sufrieron en Villegas. “Me acuerdo de estar todo el día buscando la forma de llegar al campo a través del agua”. La camioneta encajada y el gesto de un buen vecino que le prestó un caballo. El agua llegaba hasta la panza del animal, pero él seguía andando. Abriendo alambres, buscando lomas. Le faltaban ocho kilómetros para llegar a su campo. “Y al llegar, vi todo abierto y destruido”, dice Rodríguez Rivas, que con su hermano administra campos desde General Villegas hasta Mar del Plata. “Te afecta en el corazón de tu actividad. Cuando el clima no se comporta de acuerdo a la expectativa que uno tiene, eso incide directamente en las pérdidas, provoca un estrés financiero, afecta la relación con tus socios. También se instalan dentro de la familia situaciones de conflicto. Se vive con angustia”.
Según el Ministro de Agroindustria de la Nación, Luis Miguel Etchevehere, “en materia de cambio climático, cabe destacar que eventos de gran magnitud ocurren cada vez con mayor frecuencia. Por ejemplo, las lluvias intensas, con gran cantidad de agua en poco tiempo. La Argentina es una nación tomadora de cambio climático, que aporta el 0,7% de las emisiones mundiales de gases efecto invernadero. Pero las consecuencias para nuestro país son grandes”.
El especialista en agroclimatología Eduardo Sierra define: “El cambio climático es exactamente eso: un cambio en el estado medio y en la variabilidad, que es cuando se aparta del promedio”. Y propone: “Para mí, ese aumento en la variabilidad obliga a una readecuación del esquema productivo. La primera causa del aumento de los desastres causados por fenómeno naturales es la imprevisión”. Y el impacto está a la vista. “Se ha secado el oeste del área agrícola argentina. Si uno va de Rosario a Córdoba cualquier día que no llueva, va a ver una nube de polvo que viene de Córdoba. Antes de 2007, sucedía menos”, advierte Sierra.
Según elabora Pablo Mercuri, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA): “Si llueve, ¿qué es lo que retiene el agua para que escurra más lentamente hacia las zonas más bajas? Montes, bosques, forestación, pastizales y pasturas naturales y, después, la agricultura. Lo último son los cultivos como la soja, que tienen muy poco recibo. Escurre muy rápido. Entonces, el reordenamiento de la cuenca lo tienen que hacer los productores, con incentivos públicos del Gobierno, porque el productor te va a decir: tengo que hacer agricultura porque si no la hago, no me alcanza. Son necesarios incentivos y subsidios para promover ese ordenamiento territorial a escala de las cuencas. Nos cuesta mucho a todas las instancias: productores, instituciones y Gobierno reunirnos para poder gestionar el agua”.
Mercuri señala el caso de los Estados Unidos como ejemplo. “Ahí existen a escala de cuencas trabajos de ordenamiento territorial y, también, de lotes que quedan en descanso por contaminación en cuenca. Hay lotes que no se siembran en determinados años. Y el productor que no siembra en un determinado año tiene un subsidio. Hay muchas obras en la provincia de Buenos Aires. En el Salado, en el Areco, en el Luján. Pero, además de las obras, que son necesarias, tenés el ordenamiento del uso del suelo en una cuenca. Y en la Argentina de eso no se habla: de un cambio en el uso del suelo”, refuerza Mercuri.
El ministro de Agroindustria, Etchevehere, informa que en materia de prevención y desde el Gobierno se está trabajando en el desarrollo de infraestructura hídrica, vial y de riego que tiene años de abandono. “Desde el ministerio se acompaña esta inversión con obras complementarias desde el área de Emergencias y Unión para el Cambio Rural (UCAR). Es importante que esta inversión sea también complementada con el desarrollo de infraestructura por parte de los productores con canales y mallas antigranizo. En este sentido, impulsamos la implementación de buenas prácticas agrícolas para generar sistemas productivos resilientes y menos expuestos a los efectos del clima”, destaca Etchevehere.
El ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Sergio Bergman, promueve la iniciativa que apunta a reforestar 20 mil hectáreas anuales de bosques nativos y llegar a las 2 millones de hectáreas de bosque implantado para el año 2030. “La plataforma ForestAr 2030 representa un salto estratégico para el país. Plantar árboles logrará un impacto positivo para mitigar el cambio climático por el dióxido de carbono que absorben y para recomponer la degradación de los suelos”, afirma Bergman.
El mayor problema del sector agropecuario es el aumento del riesgo. Y todo parece indicar que habrá una mayor frecuencia de eventos climáticos extremos. Una muy buena medida de adaptación al cambio climático es sembrar en diferentes fechas. Según Bert, el productor se ha ido adaptando para quedar menos expuesto. Dentro de lo posible, porque la actividad tiene implícito el riesgo del clima. “Hoy la mitad o más del maíz de la Argentina, que en total son 6 millones de hectáreas, se siembra tarde. Antes, todo el maíz se sembraba al inicio de la primavera y la otra mitad a inicios del verano. Es poner los huevos en distintas canastas. No obstante, no alcanza. Hay que seguir adaptándose y faltan instrumentos, como seguros o derivados, que le permitan al productor transferir el riesgo. Hay cosas por hacer”.
Además de las medidas de adaptación al cambio climático existen las de mitigación. “Una muy importante es la siembra directa, una práctica que permite capturar el dióxido de carbono en el suelo, en vez de que se vaya a la atmósfera y aumente el calentamiento global. El sector agropecuario puede hacer mucho al respecto, incorporando residuos de cultivos de gramíneas (maíz y trigo) para que ese carbono quede en el suelo. Otra es la rotación de cultivos. La agricultura puede mitigar el cambio climático con acciones”, propone Mercuri.
En la localidad de Calchín, 110 kilómetros al sudeste de Córdoba capital, Daniel Masera veía caras de pánico. El impacto de lo perdido en los rostros de sus vecinos. “Pánico total. No tenés nada para hacer. Vos podés ser el mejor técnico, el mejor productor, el mejor operario, pero si la lluvia se te planta y el clima no te acompaña.”. Masera es productor e ingeniero agrónomo, y su negocio incluye desde el acopio de cereales hasta la venta de insumos. Acaba de volver del campo. Desde la camioneta pudo ver los lotes abandonados. “Es mucho el volumen de lo perdido en toda la zona agrícola argentina. Se sintió, se siente y se sentirá el impacto -subraya-. Tenemos 26 años en el negocio y nunca vi una cosa tan generalizada, tan manifiesta y marcada como la sequía de este año. Y después vino el temporal que impidió recolectar lo poquito que quedaba. Muy pocos llegaron a levantar lo invertido”, continúa Masera, y agrega que si no hubieran tenido el aporte de siembra directa y de variedades mejoradas genética y biotecnológicamente la cosecha hubiera sido peor. “Con esta sequía, veinte años atrás, no se cosechaba nada”.
La ganadería también se vio afectada, principalmente, por la sequía que afectó la producción de pastura. En Entre Ríos y en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, dos áreas ganaderas importantes, se registraron las producciones más bajas en veinte años. “Si vos tomás 20 años y los ordenás de menor a mayor, en cuanto a la producción de forraje, el año que pasó fue más parecido al peor de esos 20 años. Si falta pasto, la vaca está mal alimentada, se preñan menos, paren peor. Un grupo de miembros CREA adelantó los destetes: le sacan antes el ternero a la vaca y lo venden, porque no le pueden dar comida”, explica Bert.
En el cuarto piso de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, el economista Agustín Tejeda analiza el impacto del clima sobre la producción de esta campaña. “La cosecha de soja finalizó como la más baja en nueve años. Tenés el impacto de la sequía, pero también tenés al final de la campaña el impacto por el exceso hídrico. Se pudieron recoger 36 millones de toneladas de soja, cuando se esperaban 54”, detalla Tejeda. Son 18 millones de toneladas menos de las proyectadas. Para una producción menor habría que remontarse a la del año 2008/9, cuando también ocurrió una seca grande y la producción bajó a 32.
Los números que aportan desde el Ministerio de Agroindustria son aún mayores. El impacto produjo caídas de 19 millones de toneladas en soja, un 30% menos respecto del año anterior, y de 10 millones de toneladas en maíz, un 20% menos. ¿Qué pasa cuando el sector con el índice más alto de productividad sufre el impacto de una turbulencia climática? Sufre también la economía nacional.
“En el último estudio de junio calculamos una caída de 0,9, casi un punto de caída en el crecimiento del Producto Bruto Interno. Son casi seis mil millones de dólares en soja y maíz, las dos cadenas sumadas. Solo por impacto directo de sequía. No estamos contemplando el multiplicador entre el sector y el resto de los sectores de la economía. Por ejemplo, en cuánto gastan los que están relacionados directa e indirectamente al agro, que van a tener menos ingresos y van a gastar menos. Esa segunda parte no la contemplamos. Entonces, uno podría decir que el número de caída en el PBI es mayor”, sugiere el economista Tejeda.
Si se empiezan a sumar otros factores, se estima una caída en 1,5 en el PBI. “Un punto de caída es un montón. Si a principios de año estábamos esperando crecer tres puntos, antes de toda la turbulencia cambiaria, que se reduzca un punto de crecimiento solo por un evento climático adverso es un montón. Nuestra economía es muy vulnerable”, describe Tejeda.
Para ponerlo en boca de un productor de Entre Ríos, una de las zonas más afectadas por la sequía: “Esto le pegó duro al productor, al transporte, al dueño del campo, a los que venden insumos, a los comercios, al taller zonal y a la ciudad entera”, advierte Melchiori.
Según el diputado nacional por Entre Ríos Atilio Benedetti, presidente de la Comisión de Agricultura y Ganadería en la Cámara Baja: “Primero hay que reconocer que estamos ante un cambio de escenario. No se trata de una cuestión bíblica que cada tanto vienen sequías e inundaciones, sino que la dimensión del cambio climático afecta a esta parte de Sudamérica de manera grave. Vulnerabilidad es una buena palabra. Nos falta una tarea de comprensión y estudio del fenómeno para asumir la gravedad del problema y buscar las herramientas, como seguros agrícolas”.
El diputado Benedetti, que también es productor agropecuario en Larroque, Entre Ríos, se explaya: “Creo que uno de los enormes desafíos de estos tiempos es abordar el tema que está modificando las condiciones climáticas y afectando la principal producción del país, que es la agrícola. La que hoy por hoy genera la mayor cantidad de ingresos de dólares al país. Por eso ha sido una triste realidad poder comprobar cómo ha afectado el normal desenvolvimiento de la balanza comercial en esta última campaña. En boca del propio presidente, que estimó la caída en 1% de la participación en el PBI. Algunos economistas privados lo amplían a un punto y medio. En un país en el cual estamos celebrando cuando podemos llegar al 3% del crecimiento, que se pierda el 50% de esto por un fenómeno climático es de una magnitud enorme. Pobre agricultura y pobre país”.
El jefe del Instituto de Estudios Económicos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Ramiro Costa, analiza: “El impacto macroeconómico reflejado con un menor nivel de actividad en cada localidad ha actuado como un recordatorio de la importancia del sector en nuestro país. Si bien la exposición a eventos climáticos adversos es una característica inherente al agro, con el fenómeno del cambio climático estos son cada vez más frecuentes y de mayor impacto. Cada vez que ocurren nos manifiestan la necesidad de repensar la estrategia que se adopta frente a estos riesgos”.
Según Costa, existen acciones para amortiguar las consecuencias mediante el diseño e implementación de una estrategia integral para la gestión del riesgo agropecuario, incluido el riesgo precio. “Aquí, la promoción y el fortalecimiento de los mercados de futuros deben jugar un papel trascendental, también se debe promover el desarrollo de seguros climáticos, la adopción de buenas prácticas agrícolas, la investigación y el desarrollo de insumos mejorados, y la inversión en infraestructura. Estos son solo algunos ejemplos de decisiones que a mediano plazo configuran un sector más resistente y, a su vez, una economía argentina más estable”.
Pese a las pérdidas, Daniel Masera sigue atento al ánimo de los productores en Calchín y se siente esperanzado: “El productor así como se asusta, así se embala. Con las lluvias de marzo y de abril comenzó a haber movimiento en los campos, pulverizando, controlando malezas y sembrando trigo. Ya les cambió el semblante”.
El mar oscuro que rodeaba y sitiaba a Laura Hernández en su cocina bajó. “Tenemos que trabajar en la toma de conciencia y las buenas prácticas ambientales. Son fenómenos más intensos de los que vivíamos en nuestra niñez. Tenemos que cuidar ese suelo maravilloso que tenemos. La naturaleza nos recuerda cada día lo pequeñitos que somos. Por eso la amo tanto. Siempre me pone en mi lugar”.
* El artículo fue publicado originalmente en Revista La Nación. Para ver el artículo original, haga click aquí.
** Matilde Rusticucci, entrevistada para el artículo, es profesora de la Maestría en Derecho y Economía del Cambio Climático de FLACSO Argentina.