En 2015 no repitamos Copenhague
7 de marzo de 2012, por Raúl A. Estrada Oyuela, © Ambiente y Comercio
El complejo proceso de negociación en la comunidad internacional organizada para responder al desafío del cambio climático, requiere una reflexión profunda sobre la vigencia de los supuestos básicos de los años 90. En esa reflexión corresponde un papel fundamental a la sociedad civil y la comunidad científica de los paíes en desarrollo.
Creo que esa reflexión debería llevar al aggiornamento de postulados y categorías que fueron aceptadas por todos en aquella década, pero hoy se encuentran en la raíz de las discrepancias.
Deberíamos preguntarnos si hay diferencias estratégicas entre la amarillenta y desgastada “hoja de ruta de Bali” y la flamante pero frágil promesa de la “plataforma de Durban”. En cuanto bases de una negociación, tienen muchas similitudes en la estructura conceptual y en la frondosidad de objetivos que no se pudo superar en los cuatro años de 2007-2011. Será igualmente difícil transitarlos el cuatrienio 2012-2015. Me preocupa que lleguemos a 2015 para repetir la frustrante decepción de Copenhague.
La inclinación a usar nombres pomposos para halagar a los gobiernos anfitriones de las reuniones internacionales, no es exclusividad de las negociaciones climáticas, pero sí es una práctica de la que me parece que se ha abusado. ¿Quién puede sostener hoy que la de Bali era realmente una hoja de ruta cuando la comunidad internacional perdió calamitosamente el rumbo? Igualmente, llamar plataforma al conjunto de documentos producidos en Durban, sólo es una forma condescendiente de aplicar un vocablo prestigioso pero multívoco. Según la 8ª. acepción del diccionario de la Academia de la Lengua española y la 5ª del Webster, plataforma significa un programa o una declaración pública de principios. ¿Califican los documentos de Durban para esa denominación?
En rigor los textos de Durban, que en una madrugada de insomnio se los denominó plataforma, tienen la ambigüedad que facilitó la sumatoria de posiciones discordantes y carecen de las definiciones que favorezcan el acuerdo. La cuestión estratégica que nos desafía en los cuatro años que comienzan, es resolver esa discordia y crear las bases del entendimiento, en mecanismos de negociación donde a ningún Estado soberano se le pueden imponer conductas que no desea.
Hay grupos de países con posiciones sólidamente asumidas que probablemente las mantendrán hasta el 2015. Es el caso de la posición proactiva de la Unión Europea, aunque nadie desconoce las resistencias internas en el Reino Unido, ni la tendencia de Italia a no alcanzar la meta del Protocolo de Kioto según documentos oficiales (FCCC/IDR.5/ITA, particularmente párrafos 75 y 113), ni las reservas de los países que fueron economías centralmente planificadas.
Por su magnitud, Estados Unidos tiene un peso fundamental y no hay a la vista una razonable expectativa de mitigación significativa de sus emisiones. Canadá no sólo denunció el Protocolo de Kyoto: ni siquiera se guía por los compromisos que lo vinculan con ese Tratado hasta diciembre de este año, sino por sus promesas condicionadas de Copenhague (FCCC/IDR.5/CAN, ver párrafos 83 y 126).
El grupo BASIC integrado por Brasil, China India y Sudáfrica mantiene una renuencia a los compromisos de mitigación vinculantes que resulta funcional a las maniobras dilatorias de Estados Unidos, Japón, Rusia y Australia. Pero, además, significa una negación de los mejores intereses de los países en desarrollo que serán los que deberán enfrentar peores consecuencias del cambio climático, tanto por sus condiciones naturales como por la limitación de recursos para la adaptación.
El análisis puede continuar enumerando realidades conocidas, pero en busca de soluciones deberíamos explorar si los países en desarrollo que han evidenciado posiciones moderadas y constructivas, pueden elaborar una posición conjunta común y ofrecerla como el camino al entendimiento.
Sinceramente creo que con la situación internacional presente, serán pocos los gobiernos de nuestros países que comiencen hoy a considerar con seriedad un problema que enfrentarán en 2015. Ese año será particularmente complejo en materia de mitigación porque es cuando se tendrán los resultados del primer período de compromiso. La tendencia natural de los gobiernos será regresar al sistema de negociación por grupos de interés.
Para América Latina y el Caribe esto significa sumergirse disciplinadamente en el Grupo de los 77 y China. La consecuencia de esa inmersión en los últimos 20 años,ha sido la inhabilidad del GRULAC para asumir posiciones propias en algo que fuera más allá de las candidaturas, cuando en la segunda Conferencia Mundial sobre el Clima, en Ginebra en 1990, el GRULAC tuvo el liderazgo de los países en desarrollo, en contraste con los países de la OPEP y los Estados Unidos, por ejemplo.
En estas circunstancias me parece que la sociedad civil y la comunidad científica de los países de nuestra región que tienen intereses afines (Venezuela es miembro de la OPEP), deberían primero definir posiciones comunes y luego exigir a sus respectivos gobiernos que las asuman y las constituyan como posición del grupo. Podemos en conjunto analizar las categorías de países en materia de mitigación, porque es anacrónico sostener que China, Brasil, India, Sudáfrica, México, Corea del Sur, Indonesia y Singapur, para mencionar algunos, deban recibir el mismo tratamiento que Bolivia, Haití, Sudán y, Senegal, para mencionar otros. Conviene revisar la métrica aplicada para comparar emisiones y el horizonte temporal al que se aplica esa métrica. Es también imperioso poner en su lugar la utilización de instrumentos de mercado que son un medio y no un fin en los arreglos climáticos.
Estos son temas sustantivos a los que podrían dedicarse la sociedad civil y la comunidad científica, sin perder el ánimo ante la pobreza de resultados que se anuncia para Río+20.