París cristalizó un minuto de lucidez colectiva para cambiar la historia
Por Ramiro Fernández*, 21 de diciembre de 2015, © Ambiente y Comercio
Picasso solía decir que “la inspiración siempre lo encontró trabajando” y me animo a creer que a quienes llevan 20 años luchando por un acuerdo climático “la escasa voluntad política, siempre los encontró negociando”. El sábado 12 de diciembre se firmó el acuerdo multilateral más importante desde la Cumbre de Desarrollo Sostenible de 1992. El Acuerdo de París es a los ojos de muchos un avance sustantivo en la forma en la cual los 196 Estados que participan en la Convención de Cambio Climático, piensan responder a los desafíos del cambio climático en las próximas décadas.
La Columna vertebral del Acuerdo se basa en 6 componentes. El compromiso por mantenernos por debajo de los 2° (o incluso 1.5°); la definición de una meta global de largo plazo; los compromisos voluntarios expresados por los países (188 INDCs presentados al cierre de la COP); la revisión periódica global en mitigación y adaptación cada 5 años contrastada con la ciencia; el principio de aumento progresivo de la ambición (conocido como “no backsliding”) y un sistema transparente de medición y reporte. Estos elementos, en su conjunto, constituyen un nuevo régimen global que manda las señales correctas al mercado y al sector financiero sobre cómo los Estados piensan integrar el cambio climático en sus prioridades de desarrollo futuro.
Es cierto, a la meta global de largo plazo le faltan cifras específicas ya que alcanzar el pico de emisiones “lo antes posible” o ser neutro en el impacto de emisiones a la atmósfera “en algún momento de la segunda mitad del siglo”, es aún impreciso e insuficiente. Pero ello no quita que sea una meta basada en lo que plantea la ciencia y su relación con el compromiso de mantener la temperatura bien por debajo de los 2°, buscando 1.5°. Se relaciona además con fechas precisas: 2020 para el pico de emisiones y entre 2050 y 2075 según el caso para la neutralidad de GEI.
Esta estructura central del acuerdo, requiere ser complementada con la necesidad de aumentar el financiamiento de manera predecible y oportuna. Sí es un avance de transparencia distinguir entre aquellos recursos que se comprometen a proveer los países desarrollados cumpliendo con sus responsabilidades históricas, de los recursos públicos y privados que todos los países deben “movilizar” en la transición hacia una economía resiliente y baja en emisiones, algo que estaba difuso desde 2011 con la meta de “movilizar 100 mil millones anuales al 2020”.
También queda pendiente una mayor consideración sobre cómo vamos a responder globalmente a aquellas pérdidas y daños que indefectiblemente ya están sufriendo las regiones más vulnerables. No es de extrañar que si el multilateralismo no responde a estos impactos, comiencen a crecer las demandas legales hacia los principales emisores, ya sean Estados o empresas del sector privado (principalmente del sector hidrocarburos).
Sin ser el acuerdo perfecto, es reflejo de una voluntad política esperada por más de 20 años y resultado de un conjunto de intereses confluyentes que se encontraron en París durante 2 semanas cristalizando un momento único en la historia y marcando un punto de inflexión en la respuesta global ante el cambio climático.
La mayor muestra de esa voluntad política fue la apertura de la COP con la presencia de 150 Jefes de Estado a menos de un mes del atentado terrorista más sangriento de la historia de Francia. Se reunieron en París como muestra de apoyo al país afectado y asumiendo un compromiso público por alcanzar un nuevo acuerdo climático universal. Francia necesitaba dar vuelta la hoja dando motivos de gratificación a sus ciudadanos. La COP 21 era su mejor oportunidad y ningún presidente iba a negarle ese derecho al país anfitrión.
El regreso del cambio climático a la agenda pública global ya había encontrado su “momentum” en la cumbre climática convocada por el Secretario General en septiembre de 2014 con casi un millón de personas manifestándose en las principales ciudades del mundo y cientos de compromisos de acción climática en miles de millones de dólares expresados por líderes de todos los sectores. Se afianzó en octubre del mismo año con el acuerdo bilateral de reducción de emisiones entre los dos principales emisores y se consolidó en la COP 20 en Lima con la capitalización de 10.000 millones de dólares del Fondo Verde Climático.
El cambio de posición de Estados Unidos en los últimos 2 años ha sido importante para llegar a París con la expectativa de alcanzar un acuerdo. Los acuerdos bilaterales firmados con Brasil, India y nuevamente con China a lo largo del 2015, sentaron las bases para comprometer a las economías más afectadas por un acuerdo multilateral que reduzca las emisiones de gases efecto invernadero.
Ya en París, el liderazgo proactivo de John Kerry fue reconocido por el duro ambientalista Bill Mckibben de 350.org, cuando luego de su conferencia de prensa escribió en twitter “el discurso de un militante ecologista en boca del Secretario de Estado de los Estados Unidos”. Kerry participó activamente en las negociaciones durante la segunda semana quedándose hasta altas horas de la noche, poniendo en juego su experiencia previa como negociador de cambio climático; compartiendo su frustración personal con la no ratificación del Protocolo de Kioto y encontrando una vía legal que hiciera posible un acuerdo legalmente vinculante que incluya a Estados Unidos, sin
el riesgo de repetir los errores del pasado.
Pero el liderazgo en la negociación multilateral radicó en el país anfitrión, donde los valores de la República, “libertad, igualdad y fraternidad” se hicieron presentes en la capacidad diplomática de su canciller y demostrando por qué Laurent Fabious es reconocido como uno de los políticos más importantes de la historia reciente de su país. Al finalizar la primera semana, decidió cerrar el proceso de la Plataforma de Durban iniciado en 2011; deshacerse de los dos peores co-chairs que ha tenido esta negociación en años y asumir el liderazgo directo de la negociación.
Su liderazgo político fue correspondido por el liderazgo moral e intelectual de Laurance Turbiana, designada embajadora especial para la COP y ex directora del principal think-tank francés de cambio climático. Quien para muchos ha sido la “madre” de este acuerdo, se mantuvo estoica durante toda la negociación, a solo 10 días de salir del quirófano por una apendicitis.
Finalmente, Francia encontró su balance reforzando su alianza con el comprometido equipo del Perú con quien había trabajado mano a mano durante todo el 2015, tanto en el “Lima – Paris Action Agenda” como en las reuniones preparatorias de negociación. La confianza depositada por el canciller a Manuel Pulgar Vidal, Ministro de Ambiente del Perú, en los momentos decisivos de la negociación, lo mantuvo como facilitador hasta altas horas de la mañana valiéndole la ovación en la plenaria de cierre, un reconocimiento a su liderazgo y al de todo su equipo de negociación que ya se había hecho explícito en la reunión de cierre del G77.
La combinación entre la capacidad política, el compromiso moral y el balance de la mirada de un país en desarrollo, fueron el garante de la ambición del Acuerdo de París, ganando la aprobación de las ONGs ambientales y el apoyo del prominente electorado verde francés.
París no resuelve la crisis climática, pero sin dudas pone a los Estados en la senda correcta; dando la señal al mercado que los países piensan seguir el liderazgo que ya venían mostrando las ciudades con más de 1000 alcaldes presentes en París; el sector privado con ambiciosos compromisos expresados bajo el paraguas de “We Mean Business”; los pueblos indígenas en la restauración de los bosques y la sociedad civil participando de múltiples iniciativas de cooperación reflejadas en los más de 10.000 compromisos de acción climática registrados bajo el Portal de NAZCA.
París, como nunca antes, vinculó el micro mundo de las negociaciones con la acción directa de diversos sectores y la plataforma “Lima – Paris Action Agenda” fue un eslabón central en ese vínculo y tiene el mandato de seguir haciéndolo hasta el 2020. Los próximos años, vendrán acompañados de una aceleración sin precedentes, escalando la innovación e implementando compromisos de acción climática en todos los sectores. Es de esperar que al momento de entrar en vigor el nuevo acuerdo, ya estemos en condiciones de afirmar que ahora sí estamos resolviendo la crisis climática transformando nuestra economía y a tiempo para proteger a los más vulnerables.
*Ramiro Fernández es Director de Cambio Climático para América Latina de Fundación Avina